13 septiembre, 2010

LUCAS 7, 1-10
El evangelio de hoy contiene dos virtudes que son fundamentales para nuestra vida de cristianos, dos virtudes que se enmarcan en una sola frase y que ha permanecido a través de los tiempos, tanto que la tenemos en la Eucaristía y la recitamos en el momento culmen de la Eucaristía para recibir a Cristo como aquel centurión.

“Señor no soy digno de que entres en mi casa pero una sola palabra tuya bastara para sanarme” esta frase se la manda a decir el soldado romano a Cristo con los ancianos Judíos y lo impresiónate es lo que contiene la frase, pero hay algo que también me impresiona y es que los ancianos Judíos ruegan ante Jesús para que le conceda el milagro al centurión, como quien dice tu que puedes hacerlo no te niegues que él es un muy buen hombre y se lo merece, pero Jesús no hace el milagro por ser él un buen hombre como lo reconocía la gente, sino por su fe “Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande” nuestro Señor no nos concede las gracias o los milagros por que los merezcamos, nosotros no merecemos nada de Él, sino por la fe que tengamos en nuestro Señor.

Aquí encontramos estas dos hermosas virtudes que son como decía al principio son fundamentales para nosotros. Miremos la humildad de él centurión, él teniendo el mando sobre el pueblo de Israel no le habla a Cristo como soldado, sino como un hombre necesitado de la ayuda de Jesús, se rebaja ante Jesús y reconoce que no es digno de que el Señor entre en su casa; esta actitud del centurión la debemos imitar nosotros para poder pasar a la virtud de la fe, porque solo puede tener fe el que tiene un acto de humildad donde se sienta necesitado de su Creador, la fe viene por un acto de humildad, como lo dice nuestro Señor, los misterio de mi Padre solo se le revelaran a los sencillos de corazón.
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Imitemos a nuestra Madre que como el centurión se hizo pequeña, se humillo y cuando el Ángel le revelo lo humanamente imposible creyó y tubo el acto de fe más grande en toda la historia de la humanidad, recibir el Verbo eterno, el Hijo del Padre. Madre santa imprime en nuestro corazón estas dos virtudes que tanto necesitamos para ser tus verdaderos consagrados.

Sant´Antonio prega per me.

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