20 septiembre, 2010

Ser Luz en Cristo


¿Somos luz del mundo? Lo primero que nos dice Jesús es que la luz es para ponerla en un lugar que ilumine, pues la luz no se prende para dejarla apagar, pues eso es lo que pasa si le ponemos una vasija encima, se queda sin aire y se apaga. ¿Y quien es la luz primera? Cristo es la luz primera que ilumina nuestro camino, pero Él mismo nos hace luz en las tinieblas, de esta manera Jesús habla de los hijos de la luz, es decir de los hijos de Dios que están
llamados a iluminar y ser esa luz que ilumine fuerte el camino de otros.

La pregunta inicial que nos hacemos es: ¿Somos luz en Cristo? Si la respuesta es sí, debemos poner esa luz a la medida de otros para que la vean y puedan guiar su vida, pues está no se puede meter debajo de la cama, en tal caso no iluminaría a nadie. ¿Quién es la primera en participar de esta luz de Jesús? Es María la siempre virgen madre nuestra. ¿Cómo fue luz María para el mundo? Ella se entregó enteramente a Dios y le dio su “fiat” y “creyó”, recibió el galardón más grande y precioso sobre la faz de la tierra; el Ser Madre de Dios, y así con esto se humilló hasta el extremo y dio al Niño Bendito de su vientre para que fuera crucificado por una generación perversa.

“Al que tiene se le dará y al que no tiene, incluso lo que cree tener se le quitará” El Señor nos ha llamado a acompañar su obra, a ser testigos de sus maravillas y a participar con nuestra vida en su llamado a la conversión de todos, y la salvación de sus hijos, pero en esta participación nos pide entrega y renuncia “Niéguese a sí mismo…” es el llamado particular al cual estamos convocados, la santidad en Él, pero no es una santidad cualquiera, el Señor nos llama a una Santidad “Superior” que pasa las fronteras del nombre y se quede en el amor. Oh virgen inmaculada tu que fuiste la primera luz en Cristo, enséñame a ser luz, madre yo te pido mucho, pero en verdad lo necesito de tus brazos pues quien como tú para enseñarme de que forma llego a Cristo más rápida, corta, seguro y perfectamente.

¡A ti madre querida, enséñanos a amar!
“Ad Maiorem Dei Gloriam per María!

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