12 septiembre, 2010

Domingo, 12 de septiembre de 2010. Lc 15,1-32

Los fariseos decían de Jesús: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos" y por lo tanto el Señor que conoce los corazones, propone las tres parábolas, la de la oveja perdida, la de la moneda y la del hijo prodigo, donde no solo se nos muestra el amor misericordioso de Dios, sino la necesidad humana de ser misericordiosos a semejanza de nuestro Creador.


En las dos primeras parábolas hay alegría en el cielo, alegría de los ángeles, y en la tercera, el Padre se alegra particularmente, por tanto concluimos que cuando hay conversión, cuando volvemos al redil, cuando volvemos a los brazos de Dios en los que estamos seguros, es cuando encontramos la felicidad propia, la trasmitimos y se consuela el corazón de Dios.


Cuando Dios nos permite ser espectadores de su obra, cuando vemos la conversión de las almas ¿Qué actitud tomamos? ¿Será que actuamos con egoísmo? ¿Presumimos de lo que hicimos? ¿Acaso no fue Dios quien transformó y tocó los corazones?


Mi Jesús, nos unimos al corazón de la Inmaculada para sentir con y en ella, para que sus sentimientos sean nuestros sentimientos, para que siempre unamos nuestras alegrías a las tuyas, que podamos verdaderamente festejar con el Manjar de los Ángeles en las Bodas del Cordero, que podamos valorar y participar activamente de tu Sacramento Admirable: La Eucaristía, porque nos has devuelto el vestido de la gracia, el anillo y las sandalias de la dignidad de ser tus hijos y porque nos quieres nutrir de ti mismo, haznos almas eucarísticas, para que nunca tengas que salir a rogarnos que entremos a participar de tu fiesta con nuestros hermanos, sino que espontáneamente te busquemos y deseemos eternamente.

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