33 Su padre y su madre estaban maravillados por todo lo que se decía del niño. 34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, este niño traerá a la gente de Israel ya sea caída o resurrección. Será una señal impugnada en cuanto se manifieste, 35 mientras a ti misma una espada te atravesará el alma. Por este medio, sin embargo, saldrán a la luz los pensamientos íntimos de los hombres.»
Los primeros en escuchar lo que sería Jesús fueron sus padres, especialmente María, a quien se dirigió Simeón: «Mira, este niño traerá a la gente de Israel ya sea caída o resurrección». ¿Por qué caída para unos y resurrección para otros? Porque quien se encuentra con Jesús (el camino, la verdad y la vida) sólo tiene dos opciones: que lo acepte o que lo rechace.
Cuando la verdad se acepta entonces esa misma verdad nos lleva a la salvación, pero si la verdad se rechaza, ese mismo rechazo nos lleva a la perdición, a la caída.
Lo mismo sucede con María, o se le ama o se le rechaza. No existe un «me es indiferente» porque en ese caso concreto se la rechaza. Si se ama a María (reflejo visible de Dios invisible), Ella nos llevará a aceptar a Jesús, y por el contrario, si se le rechaza, entonces es clara señal de que no se está buscando a Jesús Dios-Hombre, sino a otro “Jesús” que no existe, porque Jesús existe con su Iglesia, con su Madre y en la Eucaristía. Los demás “Jesús” que no estén acompañados de esos tres elementos son inventos de los hombres.
Gracias Madre dolorosa. Tú aceptaste sufrir junto a tu Hijo por amor a nosotros. Gracias madrecita por aceptar llevar tus sufrimientos con tanto amor. Gracias por acompañar siempre a Jesús y estar a sus pies (lugar donde debería estar yo). Te pido que de la misma forma que siempre estás con Jesús, así también estés conmigo guiándome y enamorándome de Dios.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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