25 septiembre, 2010

Sábado 25 de septiembre de 2010. Lc 9, 43-45

Soy como los discípulos: después de escuchar las enseñanzas directas de Jesús me quedo sin entenderlas y lo peor de todo es que no me atrevo a pedirle a Jesús explicación acerca de ellas. Pero, ¿por qué? Porque en ocasiones conviene más no entender que entender. Es más fácil decir «yo no sabía» a decir «yo sí sabía pero no quise hacerlo».

Tremenda enfermedad la que tengo, la del amor desmedido a mí mismo dejando a Dios y al prójimo sólo las migajas de mi «caridad».

«Escuchen bien esto que les digo: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Estas palabras, por el contrario, fueron comprendidas inmediatamente por María en el momento de la anunciación y también en el momento de la presentación. El que ama conoce, observa y entiende. Una madre entiende a sus hijos porque los ama y los observa. Pero, por el contrario, al que nada le importa la otra persona no se preocupa por conocerlo.

Entonces, sí me ocupo más en observar a la Inmaculada lograré amarla (porque es imposible conocerla y no amarla). Y con el amor a ella brotarán inconteniblemente los ríos de amor a la Santísima Trinidad.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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