14 septiembre, 2010

Martes 14 de septiembre de 2010. Lc 7, 11-17

La resurrección del hijo de la viuda. Jesús al ver a la madre del joven que llevaban a enterrar, se conmovió profundamente y la consoló diciéndole: «no llores». Jesús sabía lo que sucedía en su corazón; por su condición de mujer y de viuda, se encontraba ante una gran angustia por la pérdida de su único apoyo, es decir, de su hijo.

Jesús sabe bien qué significa para una madre perder a su único hijo, y más cuando es viuda. Ahora bien ¿será que Jesús no conoce la condición de cada uno y la angustia que todos sentimos ante los inconvenientes de la vida? Claro que sí, pero a veces actuamos como si no lo supiéramos. A veces parece que creyéramos que Dios no nos escucha o que no actúa ante nuestras súplicas, pero la verdad es que siempre ha estado allí.

«Joven, yo te lo mando, levántate», estas mismas palabras, Jesús nos las dice a cada uno de nosotros. Aunque sientas que es demasiado tarde, aunque creas que ya nada es posible y que todo está acabado, Jesús sigue de cerca tus pasos y, en el momento que él lo considere oportuno, nos dará lo que tanto pide nuestro corazón.

Yo, Jesús, te pido a María.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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